La mujer ha sido inspiración del Arte durante siglos. Frente al menos representado desnudo masculino (con la excepción del arte clásico), el femenino era visto de lo más normal y usado en todo tipo de obras bajo la excusa de la mitología, el exotismo o incluso las escenas religiosas. La fémina que se exhibe descaradamente tiene varios ejemplos como la Venus de Urbino de Tiziano, La gran odalisca de Ingres, Mademoiselle O'Murphy de Boucher o la Olympia de Manet. El matiz que diferencia a esta última de las otras es que la joven cortesana no es una mujer sumisa, sino que controla su cuerpo y manda sobre él, consciente de su desnudez frente al observador.
Este retrato de una muchacha real, sin la excusa mitológica o religiosa, fue todo un escándalo en su momento. Olympia es reconocida como una cortesana que podría existir y que haber mantenido relaciones con los hombres que van a ver su imagen en una exposición, y lo hacen acompañados de sus mujeres. Fue calificado como un cuadro obsceno e inmoral en su momento, puesto que ponía sobre la mesa la prostitución, tema conocido pero que convenía ocultar, aunque Manet no se posiciona ni a favor ni en contra. Así, ella no puede tener una actitud más asexual y fría. Su cuerpo, pálido, parece de marfil; el lazo del cuello separa su cabeza (la mente) del resto (su instrumento de trabajo); el gato a los pies es lo contrario al perrito de la Venus de Urbino, esto es, la fidelidad; la sirvienta negra hace el papel de las criadas de la diosa, pero aquí trae un ramo de un admirador o un cliente satisfecho con los servicios de la chica. Lo que más llama la atención es la posición de la mano sobre el sexo: al ocultarlo, lo está destacando e indicando que no podemos verlo porque no hemos pagado por ello. Nuestra mirada tiende a dirigirse precisamente allí, al centro de su poder, al arma más poderosa que posee Olympia y la mujer en general.

